La descripción en la sobrecubierta de esta novela la califica como “sutil y poderosa”, y no puedo estar más de acuerdo: la ambientación, la historia y la prosa, he disfrutado todo. Ha resultado ser mucho mejor de lo que esperaba, toda una sorpresa que merece la pena descubrir: argumento original ubicado en tiempos pasados y con reminiscencias de historia real, porque el protagonista está inspirado en el tatarabuelo de la autora. Ha sido una delicia leerla; ahora os cuento por qué.
Año 1911, en la región de Yorkshire se halla el hospital psiquiátrico de Sharston, y en él despierta Ella, nuestra protagonista. Acosada por la incertidumbre de no saber qué hace allí, pronto descubrimos que ha sido encerrada por haber roto una ventana de la fábrica de telas en la que trabaja: en un momento de rabia y de frustración por no poder ver la luz y acusando las condiciones infrahumanas en las que trabajaba, ha perdido los nervios. Pero no la cordura. ¿Por qué la internan entonces en un manicomio? Basta con avanzar muy poco en la lectura para darnos cuenta de que las decisiones que se toman respecto a cierto tipo de personas no son muy ortodoxas. Ella intenta escapar en cuanto tiene oportunidad, pero no lo logra. En su huida frustrada se cruza con dos hombres que están trabajando en los terrenos del psiquiátrico, y uno de ellos es John. Tampoco sabemos por qué está ingresado en el manicomio, pero no es por locura. Es un hombre sereno, trabajador, callado e inteligente. Y muy atractivo. Este dato lo proporciona el tercer protagonista, Charles, un doctor apasionado por la música, que desoyendo los deseos de su padre, comenzó a trabajar en Sharston con la idea de revolucionar la medicina psiquiátrica.