Hay ciudades a las que sueñas con ir desde siempre y, una vez que has estado en ellas, sólo piensas en volver. Hay lugares en los que se respira magia, sensualidad, perfume de jazmín y azahar, amores perdidos, olvidados o eternos. Hay calles que llevan tu nombre escrito en sus baldosas y monumentos que te susurran al oído palabras con acento del sur. Este va a ser un paseo literario por Sevilla, por la que yo me imaginé hace veinte años cuando leí por primera vez La piel del tambor, y en la que disfruté el fin de semana pasado. Y puede que esta sea su mejor presentación:
«Clérigos, banqueros, piratas, duquesas y malandrines, los personajes y situaciones de esta novela son imaginarios, y cualquier relación con personas o hechos reales debe considerarse accidental. Todo aquí es ficticio, excepto el escenario. Nadie podría inventarse una ciudad como Sevilla.»