Segunda sesión del club de lectura con mis alumnos del año pasado y primera dentro de la normalidad. Igual conviene empezar por el principio: el curso pasado di clases de Lengua y Literatura en el Instituto de Villamayor, un pueblo situado a escasos diez minutos de Salamanca. Lo que comenzaron siendo tan sólo unas clases a dos grupos de adolescentes acabó convirtiéndose en la experiencia profesional más maravillosa que he vivido: ir a trabajar era un auténtico placer, con la Gramática empezaron a aprender y con la Literatura todos logramos disfrutar. Me preguntaban por todo, los cincuenta minutos se me pasaban volando y casi me parecía un regalo lo de cobrar a fin de mes porque yo hubiese seguido yendo gratis. Lograron que me reconciliara con mi profesión, me hicieron creer que ser profesora es lo que mejor se me da y me sorprendieron con el cumpleaños más emocionante de mi vida. Cuando llegó junio y todo eso acabó decidí formar un pequeño club de lectura con los que quisieran acompañarme y aquí estamos, ocho de ellos se apuntaron a la aventura y cada dos semanas nos reunimos y hablamos del libro de la quincena.
La tabla de Flandes, Arturo Pérez-Reverte
