Cuando supe que un autor segoviano había escrito una novela negra ubicada en la que fue mi ciudad durante dieciocho años no tuve más remedio que leerla. Quizá leerla sea poco para definirlo: la devoré. Sus trescientas páginas volaron y, lo mejor de todo, es que me hizo reflexionar, y mucho.
Pero comencemos por el principio. Esta historia arranca en una estación de tren: Patricia y Maxi están a punto de comenzar sus ansiadas vacaciones cuando un mensaje en el móvil de ella lo cambia todo. Sin mediar palabra, sale del tren y deja a su novio dentro, sin saber qué está ocurriendo ni por qué Patricia se ha marchado. Será la última vez que la vea con vida. No descubro mucho ya que todo esto sucede en las primeras páginas y no olvidemos que esta es una novela negra, así que va a haber crímenes. Unos cuantos. En cuanto Maxi vuelve a Segovia acude a la comisaría a denunciar la desaparición de su novia y se pone en marcha toda la maquinaria necesaria para saber qué motivos han llevado a Patricia a desaparecer.