Quien alguna vez dijo aquello de que “segundas partes nunca fueron buenas” estaba completamente equivocado. Y la prueba es esta novela: La tragedia del girasol. Ya he comentado en más de una ocasión que la novela negra española está de enhorabuena: los amantes del género podemos disfrutar de multitud de historias acompañadas de gran calidad literaria. Porque, que nadie se engañe, que una novela sea entretenida no es incompatible con una redacción exquisita, que todo gire en torno al crimen no quiere decir que no se pueda disfrutar del estilo. Y Benito Olmo tiene todo eso.
Hace unos meses me topé por casualidad con La maniobra de la tortuga, una novela ambientada en Cádiz, con un asesinato, un inspector de policía que no hacía caso a nadie, que actuaba a contrarreloj, sin ayuda, con su instinto. El viento de levante no dejaba de soplar en ninguna de sus páginas y, en medio de todos esos ingredientes, apareció también la violencia de género. La trama estaba perfectamente construida, sin fisuras, y la prosa era precisa, directa y potente. Supuso para mí toda una sorpresa, porque hacía tiempo que no me encontraba con una novela negra pura, canónica, que me hubiese gustado tanto. El mes pasado se publicó la segunda parte y la devoré: tan sólo me duró un asalto, sus casi 400 páginas las leí del tirón y se me hicieron cortas. Precisamente por lo que comentaba al comienzo de esta reseña: la historia te atrapa, pero el estilo aún más. Intentaré no desvelar nada, o casi nada de la primera novela, hay algunos datos que necesito incluir, aunque sin aclarar el misterio.