Hay ciudades a las que sueñas con ir desde siempre y, una vez que has estado en ellas, sólo piensas en volver. Hay lugares en los que se respira magia, sensualidad, perfume de jazmín y azahar, amores perdidos, olvidados o eternos. Hay calles que llevan tu nombre escrito en sus baldosas y monumentos que te susurran al oído palabras con acento del sur. Este va a ser un paseo literario por Sevilla, por la que yo me imaginé hace veinte años cuando leí por primera vez La piel del tambor, y en la que disfruté el fin de semana pasado. Y puede que esta sea su mejor presentación:
«Clérigos, banqueros, piratas, duquesas y malandrines, los personajes y situaciones de esta novela son imaginarios, y cualquier relación con personas o hechos reales debe considerarse accidental. Todo aquí es ficticio, excepto el escenario. Nadie podría inventarse una ciudad como Sevilla.»
Así comienza Arturo Pérez-Reverte una novela magnífica, repleta de personajes redondos, con una trama original y perfectamente trabada, y el mejor escenario posible: Sevilla. Antes de seguir al protagonista de esta historia en su paseo por la ciudad y mostraros los lugares que recorre, quizá sea conveniente hacer un pequeño resumen del argumento. En primer lugar, La piel del tambor se publicó en 1995, y es recomendable hacer un viaje mental en el tiempo para entender los mecanismos de la trama: un pirata informático se adentra en el ordenador del Papa, en el Vaticano, y deja un mensaje en el que dice que hay una pequeña iglesia en Sevilla que «mata para defenderse». Inmediatamente se ponen en marcha los protocolos de seguridad pero es imposible seguir el rastro del invasor y se decide que lo mejor es enviar a un agente para que investigue sobre el terreno. Ese agente será el sacerdote Lorenzo Quart, y esta misión le va a cambiar la vida. Afincado en Roma, curtido en mil batallas, serio, inteligente, elegante, de pocas palabras, pero muy certeras, buen soldado y gran observador, trabaja en el Instituto para las Obras Exteriores. Dicho Instituto coordina todas las actividades secretas de los servicios del Vaticano, pero durante más de dos siglos fue el brazo ejecutor del Santo Oficio. No es el suyo un trabajo agradable, pero al padre Quart le gusta. La disciplina lo ayuda en su día a día, con ella expía los pecados que no ha conseguido perdonarse; y tiene unos cuantos. Hace lo que nadie quiere hacer, se ocupa de lo que nadie se quiere ocupar, y una vez que termina, todo se resume en un informe que se archiva convenientemente. En esta ocasión debe acudir a Sevilla, para saber qué está ocurriendo con la iglesia que se menciona en el mensaje, pues parece que lo de que mata para defenderse es literal: ya han muerto dos personas en sendos accidentes dentro del templo. Y no van a ser los últimos.
Una vez que llega a Sevilla tan sólo encuentra dificultades: el padre Ferro, párroco de la iglesia, es un hombre mayor de costumbres antiguas, antipático, testarudo y poco colaborador. Pero esta iglesia esconde más secretos de los que Lorenzo Quart podría esperar: está directamente relacionada con una de las familias nobles más antiguas de la ciudad, el ducado del Nuevo Extremo, y, a su vez, es el objetivo de una operación inmobiliaria del Banco Cartujano. Nuestra Señora de las Lágrimas, que así se llama la pequeña iglesia barroca, está situada en el corazón del Barrio de Santa Cruz, y la venta de sus terrenos supondrá, además de una suculenta retribución económica, el espaldarazo que necesita Pencho Gavira, mano derecha del presidente del Banco Cartujano. Es decir, que la iglesia se encuentra en medio de la lucha entre quienes quieren vender su terreno para construir apartamentos en una de las zonas más cotizadas de Sevilla, y el deseo de una familia noble sevillana por conservarla tal y como está. En realidad esa familia noble se está extinguiendo, tan sólo quedan la duquesa, Cruz Bruner, y su hija Macarena. El asunto se complica cuando nos enteramos de que Pencho Gavira, el promotor de la operación desde el banco, es el marido de Macarena.
Y esto es sólo el principio. Nuestro protagonista tendrá que lidiar con el padre Ferro, con la familia Bruner, con el arzobispo de Sevilla, que está de parte del Banco Cartujano, con los celos de Pencho, con las muertes que ha habido y que habrá, con tres maleantes a sueldo y con un periodista cuyo nombre es un oxímoron de su persona, Honorato Bonafé.
Mientras todo esto sucede, el autor deleita al lector dando detalles de cada lugar por el que se pasa y se pasea, los barrios, el río, los bares, el olor que producen los naranjos, el sonido de las pisadas o el sabor de la brisa en la noche sevillana. Es imposible no enamorarse de esta novela y es imposible no enamorarse de Sevilla si la lees. Yo fui un poco más allá, y siendo todavía adolescente me enamoré del protagonista, y aún no lo he superado. Cada vez que voy a Sevilla sigo sus pasos, recorro los lugares que sus pies pisaron y alzo la vista hacia donde lo hizo él, con la esperanza de encontrarlo a la vuelta de una callejuela de Santa Cruz.
Comenzamos el paseo.
Cuando Lorenzo Quart llega a Sevilla lo primero que hace es alojarse, y no lo hará en un sitio cualquiera: quiere estar en el centro de la ciudad y del problema, de modo que elige el Hotel Doña María. Situado en la calle Don Remondo, está a un paso de la Giralda y aún más cerca del edificio del Arzobispado. Y a una calle de Santa Cruz.
Al final de la novela se adjunta un mapa con el que yo, inútilmente, intenté orientarme en mi primera visita. Luego descubrí que un plano más elaborado tampoco sirve de mucho una vez que te adentras en Santa Cruz: es un absoluto placer perderse entre sus calles. Pero yo tenía una misión: encontrar Nuestra Señora de las Lágrimas. Que nadie me tome por loca, por supuesto que sabía que la iglesia no existía, pero la ubicación se describe con tanta precisión que pensé que podría encontrar el sitio en que se hallaba.
Me perdí durante horas y no tuve demasiado éxito. Finalmente, en la calle Santa María la Blanca, encontré esta iglesia del mismo nombre que, aunque no se parecía a la que se describe en la novela, sí coincidía con su ubicación.
Pensé que ahí terminaba mi hallazgo de la iglesia protagonista de la novela. Pero la suerte estaba de mi lado: llevaba en el móvil una imagen que aparece en el libro, una imagen de la iglesia en forma de postal que nunca se envió. Y ocurrió esto:
ocurrió que paseando por la famosa calle Sierpes, giré la vista hacia la izquierda y la encontré, porque la fachada es idéntica.
Los bares y restaurantes también son importantes en la novela: en ellos se conocen algunos personajes, se ponen a prueba otros, se planean fechorías o se descansa del calor de mayo en Sevilla. Veamos algunos de ellos:
La primera imagen corresponde al restaurante La Albahaca, que hoy ya no existe. La cena en ese restaurante da pie al título de uno de los capítulos, La corbata de Lorenzo Quart. Macarena invita a nuestro protagonista a cenar pero le advierte que el restaurante exige que los caballeros lleven corbata. Él afirma que no tiene ningún problema al respecto y que, incluso, ha traído una. Cuando está vistiéndose frente al espejo, se observa, y se da cuenta de que sin el alzacuellos está sin escudo, y esa noche lo va a necesitar.
La segunda imagen es del bar Casa Cuesta. Uno de los capítulos se titula Once bares en Triana, y puedo asegurar que los hay en menos de trescientos metros. En este en concreto, es donde los tres mercenarios de la novela contratados por el sicario de Pencho Gavira se reúnen. Allí deciden si aceptan el trabajo que les ofrece Celestino Perejil, allí los conocemos un poco mejor: don Ibrahim, la Niña Puñales y el Potro del Mantelete. Jamás los he considerado «los malos» de la historia, es imposible no cogerles cariño.
La tercera imagen es la de la Cervecería Giralda, en la calle Mateos Gago, a un paso del monumento que le da nombre. Es el primer bar que pisa Lorenzo Quart.
La cuarta imagen corresponde al edificio que alberga el Hotel Alfonso XIII, que no creo que necesite presentación. En la novela cobra importancia porque de él sale Macarena acompañada de un famoso torero; y de esa salida nocturna aparecen unas fotos en una revista del corazón de tirada nacional. Dicha revista, situada ante los ojos de Pencho, se convierte en un documento gráfico que le duele más que cualquier otra cosa. O casi. Es evidente que el matrimonio no pasa por su mejor momento: ni siquiera viven juntos desde hace meses y cada uno hace su vida, Macarena con el torero y Pencho con la modelo de la semana.
La última imagen la tomé hace tres días escasos: fui a tomar unas raciones a Las Teresas, un bar mítico del barrio de Santa Cruz, donde Lorenzo y Macarena van a cenar. Sí, salen mucho juntos, sobre todo para tratarse de un cura y una hermosa dama andaluza. Pero supongo que pocos hombres podrían resistirse al encanto de una mujer como ella.
Y faltan los paseos por la ciudad, atravesando el Patio de las Banderas, alrededor de la Catedral, perdiéndose en Santa Cruz o cerca del Guadalquivir.
En fin, que esta es una ciudad para pasearla y sentirla, para mezclarse con la gente, para dejar que el acento te enamore, para caminar entre los naranjos y cerquita del cielo. Hay mil lugares más de los que disfrutar y, por supuesto, no todo lo que sale en la novela está aquí. Pero con esto hay para comenzar. Leed La piel del tambor, paladeadla, como llevo haciendo yo tanto tiempo, y luego visitad Sevilla. Una vez allí entenderéis que cualquier hombre puede perder la razón por una mujer con aroma de azahar, que en las noches de luna llena mira fijamente al Guadalquivir, esperando que regrese un barco cargado de nostalgia.
Hace mucho que la leí y voy ha hacerlo otra vez. En octubre pasado estuve en Sevilla, fue una visita corta pero intensa, Clara, nuestra guía nos enseñó mucho pero en tampoco tiempo no se puede saborear. Ya me gustaría que tú fueras mi guía para volver otra vez.
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Cuando quieras, que yo estoy loca por volver!!
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Ha sido un placer infinito leer esta reseña. Es uno de los dos libros que salvaría en un naufragio. Gracias por compartir.
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