La tarde no acompañaba demasiado, pero eso no fue un impedimento para que el espacio creado en la Plaza Mayor de Salamanca con motivo de la Feria del Libro se llenara hasta la bandera: no cabía ni el frío, y puedo asegurar que lo hacía.
Mereció la pena todo, tanto la charla del autor como su presentación: breve, conmovedora y sincera. Así que desde aquí mi enhorabuena a Jorge Moreta por ejercer de perfecto maestro de ceremonias, dejando el protagonismo al autor, a quien dedicó unas hermosas palabras.
Me gusta cuando los autores dan las gracias al público por acudir a escucharlos, eso quiere decir que no dan por sentado que es obligación del lector, sino más bien devoción. Y Javier Reverte nos contó de todo, no hizo falta preguntarle porque poco a poco los temas se iban enlazando y pasó de la Literatura a los viajes y de los viajes de nuevo a la Literatura. Todos asociamos su nombre con África, con Alaska, con Irlanda o con Roma pero él nunca se planteó ser un escritor de viajes. Todo comenzó a raíz de una guerra, la de los Balcanes, en la que vivió situaciones que lo pusieron al límite. Lo acompañaba su libreta de siempre (para que viéramos que no mentía nos la enseñó), donde iba anotando todo lo que veía o sucedía que le llamaba la atención y se dio cuenta de que algo así merecía un libro propio. Acudió a la contienda como reportero de guerra, algo que confesó que no le gusta, pero el trabajo es trabajo y sin saber muy bien cómo, se vio cruzando la frontera de Sarajevo solo. Lo primero que vio al entrar en la ciudad fue una pintada que decía “Wellcome to hell” (Bienvenidos al infierno). Decidió que sería un buen título para esa historia.
A pesar de que no tuvo mucha venta y tampoco demasiado éxito, eso no fue un impedimento para continuar porque, como él mimo dice, esto de escribir es un oficio, y requiere constancia, voluntad y equivocarse muchas veces para lograr hacerlo bien. Después llegó El sueño de África, sin duda su libro más famoso y más vendido y, creo, que también el más querido por sus lectores. Este se convirtió en una trilogía y así, poco a poco, como si no estuviera pasando, comenzó a acumular viajes y vivencias que contaba en forma de libros. Tiene un talento especial para trasladar al lector a todos aquellos lugares de los que habla, supongo que porque los ha vivido. Dice que lo mejor de hacer literatura de viajes es que tienes la oportunidad de viajar tres veces por el precio de una: cuando haces el viaje en sí, cuando tomas notas de lo que ves y lo que sucede a tu alrededor y cuando, por fin, a la vuelta, escribes el libro.
También es poeta y novelista, ahí está El tiempo de los héroes, incluso escribió la letra de una canción para un grupo que tiene su hijo (nos cantó una estrofa, como si estuviera entre amigos).
No dejó ni una sola pregunta sin contestar y destaco de él su magnífico sentido del humor, con el que dice que superó sus peores momentos, los peores de verdad, cuando estuvo a punto de morir. Se declara agnóstico en muchos sentidos, realista con el tiempo duro que nos ha tocado vivir, pero también optimista porque afirma que “el mejor viaje es el que está por hacer”.
Estoy leyendo una obra suya, Un otoño romano, y para cualquiera que adore la Ciudad Eterna este libro es obligado. Una persona del público le “recriminó”, con muy buen tono, que esa Roma hace tiempo que no existe, pero yo no estoy de acuerdo: todas las ciudades tienen sus luces y sus sombras, cada uno decide hacia dónde quiere mirar. La luz está en la obra de Javier Reverte, la sombra la estoy encontrando en El cazador de la oscuridad, de Donato Carrisi; es cierto que no parecen la misma ciudad, pero ¿acaso importa?