Encuentro con Héctor Abad Faciolince

Sí, habéis leído bien; a mí aún me parece mentira, y eso que ya han pasado unos cuantos días. Lo cierto es que fue una tarde maravillosa, con un autor sencillo, tímido, atento y de mirada limpia.

El día era muy especial: en la Librería Letras Corsarias se celebraba el primer aniversario de su apertura y puedo asegurar que allí dentro no cabía nadie más. Desde aquí va mi particular enhorabuena a un lugar maravilloso que espero que no cierre nunca. En este año no solo han pisado multitud de autores su suelo sino que nos han recomendado libros, nos han informado semana a semana de las novedades y han creado un espacio cultural que se ha vuelto imprescindible en Salamanca. Muchas gracias y no desaparezcáis, por favor.

Mi primer contacto con la literatura de Héctor Abad fue hace algo más de un año, con El olvido que seremos, una novela maravillosa que narra la realidad más dura de Colombia de primera mano: el autor hace un precioso homenaje a su padre, asesinado por seis disparos. A pesar de que la presentación era de su nueva novela, La oculta, fueron inevitables las referencias y las preguntas sobre su obra anterior.

Además de novelista Héctor Abad Faciolince también es poeta, un poeta muy narrativo, como él se define, cuyos poemas son en algunas ocasiones el germen de sus novelas. Eso sucedió con el poema Memento, precursor de El olvido que seremos. A medida que contaba cómo la poesía le llevó a la novela, miró al público y dijo: “si quieren se lo leo”, con un acento dulce y cara de niño. En cuanto empieza a leerlo se le quiebra la voz, para y jura y perjura que no es emoción, pero yo no termino de creerle: consiguió dejarnos a todos con una lágrima alojada entre los ojos y el alma.

La entrevista que le hicieron, las preguntas, para mi gusto eran demasiado eruditas, muy académicas, enfocadas a un público especializado no solo en Literatura sino en Literatura Hispanoamericana. No faltaron las referencias a la literatura de la tierra, con la que parece que entronca La oculta, como La vorágine, de José Eustasio Rivera. Por suerte, él sabía dónde estaba y miraba al público a los ojos, respondiendo lo que le parecía más apropiado, lo que no siempre tenía que ver con la pregunta que le habían formulado. Esto lo reivindicaré siempre: las presentaciones de libros son eso, presentaciones, en las que el autor y su obra han de ser los protagonistas, y no aquellas personas que los entrevistan. Quien acude a este tipo de encuentros es un público al que, simplemente, le gusta leer. Para charlas académicas están las clases y los congresos.

Héctor afirma que con La oculta ha querido regresar a su casa, a sus raíces, aquellas que ahondan en lo más profundo de la tierra, las que se quedan en lugares que parecen olvidados pero a los que, finalmente, siempre queremos volver. El título del libro es el nombre de una finca que existe (en el plano de la realidad se llama La Inés), pertenece a toda su familia, está escondida en algún lugar de la región de Antioquia y tiene un lago negro y profundo pero de agua cristalina en el que el autor nada con frecuencia, a pesar de que le da miedo; pero dice que por eso lo hace, que si no fuera así, no habría emoción ninguna. La novela es un acto de agradecimiento a todos sus antepasados: esa finca fue la que le permitió a su padre ir a la universidad, la que le permite a él dedicarse al periodismo y a la literatura, la que hizo que unos hombres que llegaron de España hace muchos años y se mezclaron con la población colombiana encontraran su lugar en el mundo.

También nos contó que él estaba destinado a ser un escritor frívolo, pero la vida no se lo permitió: le puso delante de los ojos demasiada crudeza como para no contarla. Y, precisamente debido a sus experiencias, no puede ver en los narcos a los personajes románticos en que se han convertido en muchas novelas y narraciones.

Comenzó el turno de preguntas, largo y esperado; algunas fueron interesantes, otras inocentes, pero Héctor Abad contestó a todas con una sonrisa.

Se agradecen los autores como él: amables y entregados, a quienes no parece importar el tiempo que tiene que dedicar a una persona anónima o a firmar un ejemplar de su libro. Parece que todo el mundo tenía algo que decirle, algo que contarle o algo que agradecerle. Yo le hubiese dicho, contado o agradecido pero me quedé sin palabras cuando me preguntó mi nombre para dedicarme la novela; y puedo asegurar que eso es algo que no ocurre a menudo. Por cierto, una dedicatoria preciosa que me guardo para mí.

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